Los avatares de la guerra

Algunos pensamientos sobre lo épico

Felicitas Casavalle

“El fondo de mi enseñanza consistirá en convencerte de que no le tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándolos en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches.”

Pier Paolo Pasolini

“Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y Paramaconi, y se ve como propia la que vertieron por las breñas del cerro del Calvario, pecho a pecho con los gonzalos de férrea armadura, los desnudos y heroicos caracas”

José Martí

No me propongo aquí argumentar a favor o en contra de la inevitabilidad de la guerra, en todas sus manifestaciones, ya sea revolucionaria, de conquista, de defensa, de religión, ideológica, si es que pueden darse por separado todos estos elementos.

Tampoco voy a continuar hurgando en las suciedades ( ya lo han hecho otros, minuciosa y valientemente), en las ruindades y horrores que las guerras significan, producen o desencadenan con mayor o menor ferocidad, tal como lo hemos vivido, o lo conocemos por la Literatura y la Historia universales.

No voy a incursionar en las laberínticas guerras que se libran íntimamente, en cada mujer y cada hombre, entre el corazón y la cabeza, las pasiones y la razón. Las laberínticas guerras que son, con triste frecuencia las relaciones humanas. O, para decirlo desde la tradición cristiana - que es el árbol bajo el que me cobijo – el combate entre Dios y el diablo, cuya batalla no cesa a lo largo de una vida humana, y que es lo que finalmente determina el valor de nuestra conciencia, es decir, la índole de cada destino humano, y en consecuencia, la suerte de los pueblos.

¿Hay otro destino que no sea un destino violento? ¿ Hay otra añoranza que la de vivir en un mundo de mujeres y hombres más felices?

Acaso me mueva un impulso meramente estético, una nostalgia de hermosura ( y la hermosura siempre es alta, noble, buena) , el deseo de quien está en peligro de naufragar en un océano de mentiras, imposturas y estafas; de perversiones intelectuales; de poderes payasescos y criminales; de una soberbia ignorante, que es siempre insolente y pérfida; del letargo masivo que está muy cerca de una helada indiferencia. Es el deseo del que temblando en un mundo que trata de entender, extiende su mirada anhelante y abraza con sus brazos aún capaces de ternura, de veneración, de amistad, de gratitud, una historia heroica que sucedió en tierras americanas, en un tiempo legendario.

La guerra de Troya cantada por Homero en su poema la Ilíada, permanece en la imaginación de los hombres porque también es alegoría de una experiencia humana universal. La guerra ha sido, desde el principio de los tiempos, una de las temibles plagas que azotaron el mundo. Como todo hecho humano contiene un mayor o menor grado de Bien, según los principios, ideas o valores morales que la inspiren.”Liberar de su infortunio al siervo, y de tu infamia a tí”, le dice al amo un verso de Martí.

Sobre la historia latinoamericana de los siglos XIX y XX pesa una suerte de “leyenda negra” (no injusta, desdichadamente), que convoca en un más o menos aberrante y pintoresco relato las repetidas “victorias”de siniestros dictadores y tiranos. De este modo, la otra historia, empalidece o se borra, y se desdibujan y desvirtúan las figuras de los héoes que, tras las “aparentes derrotas”, dejaron para todos el ejemplo de sus luchas – porque creían en la libertad y en la justicia – el ejemplo de su sacrificio y de su generosidad. Su grandeza nos engrandece porque nos devuelve la esperanza de que también en nuestra época – en todas las épocas – hay grandes hombres. Artigas- Martí – Zapata – Sandino – Marulanda – Guevara – Camilo Torres – el obispo Romero – Allende, configuran ( no soy neutral ni imparcial) una posible memoria histórica latinoamericana.

¿Cómo llamar, qué título dar al largo poema épico que narrara las valientes hazañas de esos otros Héctor y esos otros Aquiles y esos otros Patroclos? O para decirlo desde nuestra querida tradición española, ¿ cómo llamar la aventura de otros Caballeros Andantes por las infinitas llanuras, las suaves playas, las calientes selvas, las majestuosas montañas, los secos desiertos y las turbulentas ciudades ? ?¿ Revolución del Sur?¿Las guerras de liberación latinoamericanas? ¿ El Romance de los hijos de la Guadalupe?

Las palabras, como las civilizaciones, degeneran y decaen. De ahí que si alguna vez “el Sur”significó civilización greco – latina y civilización cristiana medieval con sus grandes poetas, filósofos, artistas, y toda la sabiduría mediterránea de la que somos herederos, para la intelligentsia actual, dado el determinismo económico de mercado en el que estamos sumergidos, “el sur”no es más que un concepto impregnado de valor negativo. Son pocos quienes ven que vivimos, la mayoría de nosotros tanto en el Norte como en el Sur, en estado de colonización y esclavitud.

La mayoría se niega a reconocerlo, y es a causa de esto que, si bien el concepto y la realidad de la “Revolución”cabía en el lenguaje de los Románticos del siglo XIX, hoy, después de los gloriosos años de la Revolución Cubana, ha sido declarado inútil, perjudicial, insano, y por lo tanto es rechazado tanto por los intelectuales ( ¿nueva “trahison des clercs”?) como por las manipuladas masas. Estas, sin saberlo, defienden un orden que es un status quo, es decir, nomás poder juntar solitos, bien solitos, las migajas de bienestar y seguridad que los poderosos del mundo dejan caer de manera más o menos racional y pragmática, más o menos filantrópica de sus lujuriosos banquetes.

Un escenario espeluznante como el descripto por Orwell en su libro “1984”ha ido instalándose subrepticiamente en el tejido de la civilización moderna minando sus fundamentos morales, los que forman parte de la larga tradición religiosa, filosófica y poética de la humanidad. De ahí que pienso que, saber admirar en nuestros héroes las virtudes que los condujeron por caminos sinceros y extraordinarios, sea un antídoto, una medicina contra “el mal del siglo”que parecería haberse encaminado hacia la abolición del hombre.

No pretendo juzgar en estas breves notas las revoluciones que fueron estallando en el mundo tras la Revolución Francesa. Pero estallaron. Y seguirán estallando porque el orden en el mundo es precario, vacilante, sujeto a fuerzas que dominan a los hombres - ¿ el pecado original? – introduciendo la injusticia en la trama del universo. No obstante, perduran el sentimiento de la justicia, de la libertad, del honor, valores que tienen una realidad objetiva y exigen una obligación absoluta. Los hombres, de una manera callada y secreta confían en el Bien que se encarna en esos valores, por lo que cuando estos son amenazados, perseguidos o negados, algunos seres humanos se atreven a defenderlos, con la inteligencia, con la palabra, con la simpatía, con las armas, con la vida.

Hace ya un par de ásperos inviernos que vengo meditando en estas cosas, y leyendo lo que, de algún modo, se aviene con cierta visión mía. “Nuestra América”como la llamó Martí, la que se extiende al sur del Rio Bravo hasta la Tierra del Fuego, ha sido largamente el paisaje de las guerras de independencia y de las guerras de liberación. Si la Historia es biografía, según pensaba Emerson, conociendo a los hombres más representativos de esa parte de la historia de Latinoamérica, de la cual ellos son símbolos y han alcanzado la verdad de los mitos y la leyenda, se podrá saber algo más del carácter moral de los pueblos latinoamericanos.

Ninguno de aquellos valientes vio la guerra como un fin en sí mismo, al contrario, la lamentaban.

“Yo pienso que la guerra tiene sus orígenes, y que la guerra solamente es el último recurso que se da en un país cuando se han cerrado todas las posibilidades legales para que el pueblo se pueda expresar libremente. Yo personalmente creo que la guerra no es lo mejor que se le puede venir a los pueblos. La guerra se la imponen a los pueblos las castas dominantes, las cúpulas militares, las oligarquías, los monopolios, le imponen la guerra a los pueblos para someterlos. Uno piensa, esto tiene que terminar. Nunca se está pensando como un guerrerista, porque los pueblos no son guerreristas, ni nosotros somos guerreristas, ni nos gusta la guerra, pero llega un momento en que es indispensable guiarse por esa via. Entonces uno hace la guerra con mucho honor y mucho gusto”. Marulanda, jefe de la guerrilla colombiana. ( Cita del libro “Tirofijo, sus sueños y la montaña”, de Arturo Alape)

“Por más de cuatrocientos años los naturales estamos buscando y probando caminos de vida para nuestro pueblo. Probamos por Comisiones ante el Presidente, por denuncias, por abogados, por partidos políticos, por religión, por levantamientos. Cada camino que abrimos, el rico, el gobierno ataja a nosotros, siempre es igual. Sólo una puerta queda abierta, el camino de la guerra. Mas que no nos guste, si no hay modo, por ahí vamos a caminar.”Sebastián Guzmán. (Cita del libro ”Iglesia Católica, Movimiento Indígena y Lucha Revolucionaria”, Guatemala}

Si el sentido de estas luchas sigue aún vigente, y si las nuevas generaciones no han perdido “la nostalgia de ese fuego”, podrá ser por aquello de Novalis de que “todo gran hombre es tan inagotable como una máxima verdaderamente profunda”. Si las batallas que ellos pelearon todavía impregnan con honor la memoria colectiva, y despiertan e inspiran las incesantes, aunque ignoradas obras buenas de tantas mujeres y tantos hombres, digo yo que ha de ser por la hermosura que irradian, por el tipo de hombre que proponen y cuidan, por las necesidades materiales y espirituales que satisfacen. Pelearon las violentas batallas del amor que incluye la lealtad, la confianza, la honestidad, el sacrificio por una vida mejor, una vida dignamente vivida, la vida verdadera.

“Los hombres necesitan quien les mueva a menudo la compasión en el pecho, y las lágrimas en los ojos, y les haga el supremo bien de sentirse generosos.” José Martí

Amsterdam, diciembre del 2016

Felicitas Casavalle
(Buenos Aires,1949), es escritora y ha publicado ensayos, poemas y cuentos.
“Las cosas que amamos”; “La isla de las bienaventuranzas”; “Lecturas Ejemplares”; “Diálogos callados”; “Cantos del desierto” y su último libro “Crónicas del Reino”.
En holandés hay dos libros suyos: “De gulle tijd” (“El tiempo generoso”) en colaboración con Raúl Rossetti y Robert Lemm, y “Donkere spiegels” (“Los espejos oscuros”).
Colabora con la revista “Amsterdam Sur”; “Criterio”; y el suplemento cultural del diario
“El Tiempo” (Azul, Argentina).

I n d i c e