La perla y el pez

Jorge Castellón

1.

The Pearl (La perla), escrita por John Steinbeck (1902-1968) y The old man and the sea (El viejo y el mar), de Ernest Hemingway (1899-1961), publicada la primera en 1945, con el nombre de The Pearl of the world (La perla del mundo); y la segunda, dada a conocer en el año de 1952, son dos obras breves que condensan cada una, grandes y distintos estilos narrativos, en un contexto literario común: el norteamericano; en ese preciso momento en el cual se manifestaba en todo su apogeo, esa literatura universal que partiría el siglo en dos mitades, entre otras cosas, gracias a la prosa de estos dos maestros de la narrativa, que junto con William Faulkner (1897-1962), huelga decir, forman quizás, los tres pilares de la gran novelística estadounidense del siglo XX. Los tres nacieron con el alba del siglo que ha pasado, emergiendo a través de la bruma y del ruido, más cercano o más lejano, de dos guerras mundiales; y en su caso, del polvo denso de la Gran Recesión americana.

Hay que recordar brevemente, por otro lado, que es en ese periodo, de finales de los años cuarenta, cuando Jorge Luis Borges publica El Aleph (1949), para que luego, al inicio de los años cincuenta, Julio Cortázar publicara Bestiario (1951), y Juan Rulfo, diera a luz la que es considerada como la mejor literatura de las letras mexicanas: El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Lo que iba a transformar toda la literatura latinoamericana posterior, y a suscitar un nuevo género nunca visto en la manera de narrar y de contar, de escribir y de expresar la realidad y la fantasía, en esa otra patria que es el lenguaje en español.

Son fructíferos años entonces, vistos de cerca y a distancia, en las que se manifiestan ya a la luz, en sus respectivos espacios, dos maneras de contar, dos formas de escribir, que hasta ahora podemos apreciar en sus formas más genuinas, en sus diálogos e influencias. Donde Latinoamérica, si bien no tenía esa gran tradición novelística, como la norteamericana, sí irrumpía fresca, ruidosa y novedosa, con un relato corto deslumbrante y fantástico, que iba en pocos años a devenir en la creación novelística, que desde los años sesenta, hoy distingue a la literatura latinoamericana. Nadie desconoce hoy, la deuda literaria que Gabriel García Márquez tenía con William Faulkner; como nadie ignora la anécdota cuando, caminando por La Habana, Márquez reconoce a Hemingway, y tan solo puede gritarle emocionado: “¡Adiós maestro!

2.

John Steibeck tenía 45 años al momento de publicar su breve novela de la cual nos hemos de ocupar. Ya venía de escribir Las uvas de la ira (1939) ni más, ni menos; y Ernest Hemingway, llegaba a la edad de 53, en el momento que su gran cuento se diera a conocer, muy posterior a su obra Por quién doblan las campanas (1940), que ganara el premio Pulitzer al año siguiente. Son esas tal vez, las justas edades de la madurez literaria, donde el estilo ya pos-figura al escritor, y la maestría precede al gran narrador que da la mano a la sonriente posteridad que le saluda. Pero acá, no se trata de hacer una comparación de las dos obras a la sazón de saber, por ejemplo, cuál es la mejor. Ni tampoco, aquilatar su peso en el conjunto de la obra de sus autores, o en su influencia en la literatura universal posterior. Lo que sí puede resultar más útil, mejor, mucho más aprovechable para aproximarnos a la gran pregunta de qué es la literatura, son sus rasgos comunes, sus semejanzas, lo que las hace brillar, junto a otras tantas, en esa colección, en esa Pléiade, de las obras inmortales de la lengua inglesa.

En una conferencia sobre Nathaniel Hawthorne, realizada en 1949 en Buenos Aires, Jorge Luis Borges inicia diciendo: “Empezaré la historia de las letras americanas, con la historia de una metáfora…”. Luego prosigue la lectura de un cuento del autor: Marble faun, conocido también como The Romance of Monti Beni, haciendo referencia que en el cuento se habla de un abismo que se abre en el centro del Foro romano. Luego lee, y termina afirmando: “[El abismo] es un símbolo múltiple, un símbolo capaz de muchos valores, acaso incompatibles. [ ] y en cuyo ambiguo territorio una cosa puede ser muchas.” Y concluye afirmando, al final de esa conferencia: “Muerto Hawthorne, los demás escritores heredaron su tarea de soñar".

Porque, ciertamente, hay un misterioso aspecto que parece vincular estas dos obras que ahora se comentan, a saber: su carácter de grandes parábolas universales, su simbolismo del destino humano, su carácter de símbolo universal.

Kino, Juana y Coyotito, por un lado; y Santiago y Manolín por otro, son cinco personajes construidos por Steinbeck y Hemingway respectivamente, a diferente escala de simplicidad y de grandeza. Si, La perla, nace de una historia que el primero de estos narradores escucha de boca de los pescadores de Baja California, pero la reconstrucción literaria de la historia implica, la recreación misma de cada personaje, su trato, su retrato. En la lectura, nos dejamos llevar por su sencillez, los vemos como seres que el destino a colocado allí, en esa circunstancia que ellos no merecen, porque sufren.

Como le ha de suceder a cualquier lector tocado por la gracia de la ingenuidad, Kino y Santiago se recuerdan para toda la vida, como dos hombres pobres, pescadores ambos, trabajadores de la mar; que ven en su trabajo la esperanza de la felicidad de cada día, y por qué no, de un posible futuro o de un destino. Todos sabemos que la pesca es el más azaroso de los oficios, y es eso mismo, lo que hace de estos hombres, seres de esperanza, y nos llevan en esa esperanza, inevitablemente -como lo ha dicho Mario Vargas Llosa con respecto al protagonista de Hemingway-, a experimentar el sentimiento ya olvidado de la conmiseración. Pero no solo eso, sino también, a vivenciar la empatía infinita con un personaje, que, sin saber exactamente por qué razón, admiramos y queremos en su plena y absoluta derrota.

Y es que ya, en la primera página Hemingway por su parte nos deja saber, sin que sepamos, lo que va a acontecer en la vida de este humilde hombre que duerme entre periódicos, a saber: “The sail was patched with flour sacks and, furled, it looked like the flag of permanent defeat.” Para luego, al final de su historia, anotar: “He sailed lightly now and he has no thoughts nor any feelings of any kind”. Y prosigue: “He only notice how lightly and how well the skiff sailed now there was no great weight beside her”. Así, de esa manera, enrumbamos por la vida, después de vivir y aceptar la derrota, el infortunio, la calamidad, la inutilidad de las propias fuerzas.

Hay una gran gallardía en ese regreso silencioso con las manos vacías al lugar de donde hemos partido; un silencio de alivio, un remanso de paz en el tiempo de lo que hemos perdido y a lo que ya hemos renunciado. Como una jornada fallida, donde el que no posee nada, más que su cuerpo, solo quiere descansar, para intentar mañana lo que no pudo hoy.

Porque puede que un día, el milagro ocurra y la espera termine. Puede que por fin hayamos encontrado lo que tanto ansiamos, y soñar. Es esa esperanza, es ese sueño, el que hace a Kino, el personaje de Steinbeck, imaginar con esperanza, tras su gran hallazgo: “My son will read and open the books, and my son will write and will know writing [ ] and these things will make us free because he will know [ ].” Para luego agregar: “This is what the pearl will do”.

Pero… no estamos solos en el mundo con nuestra esperanza, con nuestros deseos de felicidad. Y es aquí, precisamente, donde el infortunio nos puede alcanzar, dado un hecho inevitable: la presencia del mal en el mundo. Véase ese mal como el odio, la envidia, la codicia, la venganza. Y en esa lucha entre sueño y maldad, felicidad y maldad, esperanza y maldad, late la tragedia nuestra como seres humanos, la “fragilidad del bien” de la que nos habla Martha Nussbaum en su estudio sobre la tragedia en la literatura griega.

En su libro, Steinbeck escribe: “[ ] she too could hear the Song of Evil, she fought it, singing softly the melody of the family, of the safety and warmth and wholeness of the family. She held Coyotito in her arms and sang the song of him, to keep the evil out, and her voice was brave against the threat of the dark music”. La música de la vida contra la música de la muerte.

Es esta pues, una literatura de los símbolos. Es el hallazgo fortuito de una circunstancia, es el arribo a un momento feliz tan deseado de la vida, es el fallido intento de lograr lo más querido, la lucha por el logro de una meta del propio destino; es, la desgracia como destino evitable en un mundo irreal, es la soledad de la persona en su afán, en su esfuerzo frente a las fuerzas externas de la naturaleza o de la sociedad misma. Es en fin, la metáfora universal de la tragedia humana.

 

Castellon

Jorge Castellón
El Salvador (1967), es graduado en psicología en la Universidad de El Salvador, y se desempeña como maestro de educación primaria y español en la ciudad de Houston, Texas, Estados Unidos, donde actualmente reside. Ha publicado diferentes artículos sobre literatura, emigración e historia de su país, en revistas electrónicas locales (El Faro, Contrapunto) y en el periódico Co-latino de El Salvador. También ha publicado poesía, narrativa, artículos y ensayos de crítica literaria en Revista Hontanar de Australia, Revista Cultural Artenet de La Florida, Estados Unidos; Revista Resonancias de Francia, Letralia de Venezuela y Ventana Abierta, de la Universidad de California en Santa Bárbara. Entre sus trabajos inéditos destacan: La tierra de los tesoros: mil años de historia de El Salvador y Una memoria personal. Sus blog personal es: www.jorgeecastellon.blogspot.com