Jorge Menoni

El pueblo de la última carta

La luz del bar, sin tonalidad definida, en nada difiere de la luz del rincón del escritorio donde escribo el bar. Donde pienso el momento inexplicable en que transcurrió esa leve evasión del orden sagrado, que repentinamente padecí en el bar.
Como aquejo de insomnio, el bar o mi escritorio son mi cama diaria. Sentado junto al mostrador observaba a los habitué de la noche, o mas bien donde observaba la noche, que parecía haberlos congregado sin un fin determinado, con la mera excusa de llenar parcialmente su soledad periódica.

De pronto llegó a mis oídos una voz elevándose en el eco del silencio que rebotaba en cada pared para llegarme su significado, como si fuera destinada exclusivamente para mí. La voz, sin boca que la pronunciara ni cuerpo que la sostuviera se manifestaba invisible al resto de la gente, que tampoco la escuchaba, por lo tanto no distorsionaba el albedrío del bar.
Lo que decía parecía no tener mensaje alguno, sin embargo, una palabra, repetida continuamente había logrado mi curiosidad por la fuerza de la entonación.
Permanecer, permanecer, escuchaba, con cierta gravedad que me hacia olvidar instantáneamente el resto de la oración.

En mi afán de localizar su procedencia vana, no comprendía al principio que las cosas suceden por el descuido de la cordura y no por fracciones de azar.
Comencé a repetir esa palabra en tono de pregunta y al cabo de unos segundos había logrado redoblar la duda que ya me agobiaba.
Entre el tiempo que abandoné el bar y el estar sentado en mi escritorio, no recuerdo nada fuera de la voz. Estar aquí o haber estado allá, configuran un único presente.
Por lo tanto permanecer no contempla el espacio físico sino el tiempo en donde percibimos la vida.

Dejé de escribir y fui a la puerta, como cada día, que repito los mismos rutinarios desesperanzados actos de encontrarme con cartas, pues ya hace seis meses que a este pueblo no llegan cartas.
Solo encontré, para mi asombro, una nota escrita con letra apresurada que decía, -soy la voz y deseo verlo, esta noche a las diez en el mismo bar.
Me quedé pensando en una imagen que me persiguió en el bar.
A un lado de una mesa a la luz de una lámpara de esas que no arden los ojos, había visto en todo momento, la espalda de lo que intuí que era un anciano por la curvatura de sus hombros y de donde me había parecido que nacía la voz.
Viendo ahora la letra temblorosa y torcida de la carta, pienso que sé, con certeza, la procedencia de las misteriosas palabras.

A las diez en punto me encontraba en el bar, la puntualidad es innata a la curiosidad. Mientras esperaba al extraño visitante, me percaté nuevamente de la espalda en el mismo lugar anterior.
Me acerqué a él, esperé a verlo de frente para hablarle.
Demoré unos segundos en preguntarle si era quien me esperaba, pues mi mirada se detuvo en contemplar su figura. Imposible saber su edad, a pesar de las marcadas arrugas y su larga barba blanca, tenía la expresión de ausencia y un aire tranquilo y misterioso.
-Usted es escritor- me dijo, yo soy coleccionista, habrá notado que hace seis meses que llegó la ultima carta, somos tan pocos los habitantes, que nadie quiere seguir ejerciendo tan antigua profesión. -Si es verdad,- conteste, pero no me resigno a creer que tan importante servicio desaparezca por ese motivo.
-No, el verdadero motivo es lo que me ha traído a este lugar, se habrá dado ya cuenta que somos pocos y, sin embargo, en tantos años que vive aquí, me tendría que haber visto y, sin embargo, no nos conocemos, soy el penúltimo hombre del porvenir.
-Le he dicho que soy coleccionista, pero no de que ni desde cuando. Colecciono pasados, no le referiré el total de la tarea, solamente algunas memorias.
Fui el primer hombre que archivó la primera palabra oral con la que luego, otros hombres se comunicaron y crearon la memoria.

Desde el Tiempo del Origen y cuando se creó la palabra escrita coleccionaba papiros, piedras grabadas. Luego fueron palabras perdidas, el canto de los esclavos, los primeros viajes por el continente, el amor de una mujer o de un hombre que es el mismo, incontables batallas o derrotas, pues el triunfo solo es patrimonio de la muerte, algunos que otros sueños felices, el ocaso de una tormenta otoñal.
Después libros y los últimos milenios cartas. El asombro primario de este encuentro increíble y, sin embargo, verdadero, me dejó sin palabras.

Creo que adivinó mi asombro, por eso me dijo,
- No se asuste, un año o un minuto solo difieren cuando lo asociamos a lo que hacemos o dejamos de hacer en la lucha con la cronología diaria de nuestros actos. Resulta lo mismo, estar en un bar, o en la sucesión del tiempo, cada acto elegido o impuesto es pasado. Por lo tanto vivimos siempre en el pasado, pero para que ese pasado sea posible se necesitan gente como nosotros, quien archive ese pasado, es mi caso y quien le dé continuidad, el suyo. -Entiende ahora las palabras con que lo puse a prueba ayer, permanecer es la solución, Yo estoy cansado, y me esta sucediendo lo único que no tolera mi misión, he comenzado a padecer sueño y usted sabe que quien duerme no puede seguir coleccionando recuerdos, pues se olvidan y se pierden en el soñar.

Por esto mi mensajero necesita un sustituto y lo he encontrado a usted. No diga, nada, simplemente escuche, no dejaré de prevenirlo de la ingratitud de la tarea, ni de su eterno desempeño, pero quiero que sepa que no puede negarse, así que intente aceptarlo y comprenderlo.
-Usted sabe, pues lo ha leído, que cada acto particular es el reflejo del todo, por lo tanto si en este pueblo dejan de llegar cartas, mañana, el mundo dejara de entenderse, el pasado ya no tendrá sustento y el olvido hará caer el andamio que nos justifica.
Está en sus manos entonces, evitarlo, sin explicación más que la que le di, si algo o mucho no puede entender, llámele milagro pues allí esta la solución del permanecer.
En un corto tiempo cuando gracias a usted vuelvan las cartas a este pueblo, todos pensaran en un milagro, nadie quiere saber el por qué sino el hecho de que el milagro existe, llámelo palabras, libros o cartas.

Le cuento para tranquilizarlo, cuando me fue encomendada esta tarea, también por una voz, la única razón para aceptarlo fue que lo tomé por un milagro y el milagro lo debe repetir usted.
Así de simple, este es el único momento presente, que vivirá eternamente, usted permanece, yo ya soy pasado. En un momento dado, el anciano, dejaba caer sus brazos como aletas de un molino de cordura tardía, y cesó de hablar.

No he dormido, tengo la sensación que no volveré a dormir por un incontable tiempo.
La luz de mi escritorio, anuncia el amanecer, he terminado de escribir, no recuerdo que debía hacer con urgencia esta mañana ni de lo vivido anoche en el bar.
Debe ser producto del insomnio, es como si el pasado se hubiera borrado de mi memoria y solo tengo conciencia del minuto presente, este presente que no sé porque ahora me resulta tan valioso y siento como si debiera conservarlo, para que mañana nadie lo olvide.
Necesito un café, aunque creo que antes recogeré las cartas, pues estoy viendo el cartero que por primera vez ha madrugado y luego de seis meses de ausencia, acaba de echarlas debajo de mi puerta.

 

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Jorge Menoni
Escritor uruguayo residente en Amsterdam desde 1978. Estudió Literatura en La Universidad de Amsterdam. Ha escrito dos libros de poesía publicados en Holanda: El tiempo del Origen y Epilogo de sueño.
Su primera novela El cementerio universal de los vivos se publicó en 1986. Su segunda novela El cazador de eternidades obtuvo el tercer premio en el concurso Nacional de Literatura de Uruguay, 2002. Escribió el libro de cuentos El primer día del mundo publicado en la Colección Escritores Salteños, Uruguay 2010. Escribió la Opera Latinoamericana Carlitos Sur que se representó en Holanda.
Escribió y dirigió la película; Un lugar llamado ilusión y los cortometrajes ;El duende del Rio Amstel , El pueblo de la última carta, Una misteriosa ventana, El pozo del alma, Genesis , Un Quijote Moderno , Prohibído y El jardin del tiempo.
Director de la Revista Amsterdam