Olga Traba

 

Ángel oscuro

 

 

Todavía era el tiempo dulce de la caña. Cada amanecer, cuando regresaba de caminar, lo veía llegar a la chacra, con su paso liviano, alado. Desde el principio me atrajo y me dio miedo, las dos cosas a la vez.
Empecé a acecharlo. Diariamente lo observaba tratando de no hacer ningún ruido, para que no me viese. Caminaba despacio para que no me descubriese espiando entre los surcos. Lo veía golpear y golpear con el machete, sudar pequeñas gotas como perlas y al mediodía, recostarse a la sombra de un árbol, mientras alguna mariposa de ceniza volaba a su alrededor.
Venciendo el temor, una tarde me acerqué, pensé: estará dormido, tan quieto. Podía verle la máscara de hollín, las manos gruesas con las uñas rotas y negras, pero así tendido parecía un ángel oscuro, tan hermoso que no me daba recelo. De pronto abrió los ojos, azules como el cielo, y me miró. Ya no podía desandar mis pasos. Fingí que daba de comer a los pájaros, saqué de los bolsillos unas migajas y hablé a las aves como si no lo viera: corre, baja de ahí y ven a comer de mi mano.


En un abrir y cerrar de ojos estaba de pie, a mi lado. Me ordenó callar poniendo un dedo sobre mi boca. Traté de no temblar pero tenía miedo, intenté conservar la calma, como si no escuchase los tambores en mi sangre, latiendo, enloquecidos.
Lo vi despojarse de la ropa.
A mí, parecía que me habían convertido en estatua. Tuve que recibir sus besos en la boca, en los senos; todo mi cuerpo ardía como el cañaveral.. Lo vi extender su ropa en el suelo y me fui recostando, sin alejarme nunca de sus manos. Él bebía de mis labios, me abrasaba, me consumía, me incendiaba, como había soñado desde aquel día, cuando al caer la tarde, llegó a pedir trabajo en la cosecha, y descubrí sus grandes ojos azules desnudándome.

 

 

 

ÚNICA VEZ

 

 

Sé que la abuela no le contó a nadie más esta historia.

 

Ahora que está muerta dirán que es otra de mis fantasías, que lo inventé todo, y es una mentira. Pero no es así, ocurrió de verdad y lo cuento tal y como ella me lo trasmitió aquella vez.

 

Todos saben que la Tene, como le decíamos, se casó muy joven, parió muchos hijos y no conoció mas hombre que el abuelo. ¿No miento verdad? Esa es la historia oficial, nadie la discute, pero recordarán que una vez después de enviudar, ella viajó sola a Brasil, con un grupo de personas de su edad y todos se pusieron contentos porque pensaron que a partir de ahí tendría vida propia y empezaría a salir. ¿Lo recuerdan? Bien, durante ese viaje sucedió todo.

 

Todavía no entiendo bien por qué me lo contó a mí que apenas empezaba a ser una adolescente, tal vez lo hizo porque se daba cuenta que yo tenía la cabeza llena de pájaros enloquecidos por volar, cabeza de humo como dice mi hermana …

 

La Tene era una hermosa mujer, parir a tantos hijos no le hizo perder ningún encanto. Tenía la cintura fina, la piel tersa, los senos blancos y erguidos como los de una joven, siempre me hicieron pensar en dos palomas, prontas de desplegar vuelo. La Tene no se avergonzaba delante de nosotros cuando se estaba cambiando la ropa y entrábamos a su habitación sin llamar, asumía su cuerpo con naturalidad. Su pelo era abundante, yo no llegué a verlo sino cuando estaba todo blanco, pero en las fotos se lo ve de ese rojo oscuro como el de casi todas las mujeres de nuestra familia. Sus ojos amarillos brillaron hasta el final llenos de picardía. Tenía un carácter alegre que le permitió superar todas las dificultades durante su matrimonio con el abuelo.

 

Ya sé el también está muerto hace mucho y no se debe hablar mal de quienes ya no están entre nosotros; no hablo mal, sólo comento hechos y nadie podrá negar que el abuelo se pasó más tiempo tocando el acordeón por las estancias que trabajando y la abuela crió a los hijos gracias a su propia iniciativa y creatividad.

 

No pienso discutirlo, es mi opinión.

 

Al volver de ese viaje la abuela se mostraba ilusionada, contenta, todos pensaron que repetiría los viajes, se extrañaron al ver pasar el tiempo sin que ella volviera a salir. Retomó sus tejidos, en la semi penumbra del caserón enorme, lleno de fantasmas conocidos, de plantas, de olores familiares.

 

Todavía recuerdo muy bien el aire ausente que lucía cuando me relató lo sucedido y la dulzura inusual de su voz; las palabras que pondré en sus labios no serán las mismas que pronunció, pero eso tendrán que perdonarlo, mi memoria ya no es tan fiel, guardo demasiados recuerdos.

 

“El viaje fue muy agradable, la gente era simpática, conversadora y cariñosa. Al llegar nos llevaron a un hotel enorme donde no había mucha gente, cada uno se fue a su habitación.
Yo no era amiga de nadie, conocía a todos pero nunca he tenido amigos de verdad.

 

Por la tarde, luego de almorzar salimos a recorrer la ciudad y al llegar la noche estaba exhausta. No quise cenar y me quedé sola, en un pequeño salón próximo a mi habitación, sentada junto al fuego bebiendo una copa de vino…

 

No sé cuánto tiempo estuve así, debo haberme dormido un momento, no se oía ningún ruido. Estaba ligeramente tendida en el sillón sin pensar en nada.

 

De pronto sentí sobre mí el peso de una mirada. No levanté los ojos, continué tal como estaba mirando el fuego.

 

La persona que me observaba estaba en la escalera, no veía más que sus pies asomando por debajo de unos vaqueros remangados, eran unos pies masculinos de extraña belleza, unos pies duros, firmes pero delicados que no se por qué me llenaron de ternura.

 

El hombre se acercó despacio sentándose a mi lado como si fuera un viejo conocido. Sin pronunciar una sola palabra volvió a llenar mi copa y me la alcanzó. Yo bebí también en silencio.

 

Era un hombre joven, no más de treinta años. No sé de qué modo sucedió pero de pronto sentí que se acercaba más y me sorprendió con su boca en la mía, besando suavemente como si esa fuera la única cosa en el mundo que podía hacer. Pero lo más extraño es que yo le respondía del mismo modo.

 

Pensé que el vino tendría algo que me hizo obrar de aquella forma.

 

Sentía el cuerpo como en una nube, un sueño, algo blando y leve que deseaba ser acariciado como él lo estaba haciendo, pero también mis manos querían acariciar, estaban abiertas, húmedas, no tenía los puños cerrados como cada vez que tu abuelo venía a acostarse conmigo, mis dientes no estaban apretados y mi cuerpo no estaba tenso. Algo en mi interior me empujaba a abrirme, a desatarme, a dar.

 

El hombre no parecía tener ninguna urgencia, la seda de sus manos vagaba por mi cuerpo y la ropa de ambos desapareció como por magia.

 

Nunca había estado desnuda en presencia de ningún hombre pero no sentí vergüenza, al contrario, un orgullo desconocido hizo que me atreviera a exhibirme como si fuese perfecta.

 

No sabía besar pero lo cubrí de besos, besos tiernos, dulces como cuando las palomas picotean a sus pichones, luego fueron más audaces, más apasionados, pequeños mordiscos llenos de fuego. No dijimos una sola palabra. Aunque tenía deseos de gritar, de gemir, de aullar como una perra, guardé silencio. Sólo se oían nuestras respiraciones agitadas, tenía miedo de que cualquier otro sonido pudiera hacer desvanecer el sueño.

 

Necesitaba que ese hombre entrara en mí, que me tomara posesión de ese lugar de mi cuerpo desde el que había expulsado a mis hijos pero donde nunca había habitado nadie. Lo conduje hasta allí sin pronunciar palabra. Él me miró en silencio y vi que entendía. Sus gestos eran una copia de los míos.

 

Creí que iba a morirme, deseaba que aquello no terminara nunca. Era como si todo fuese a estallar dentro de mí, y de pronto sucedió. Algo como un terremoto me sacudió, todo mi interior se volvió de terciopelo, de algodón como un nido y no deseaba que saliera de allí, quería que ese abrazo durara el resto de mi vida, que me apretara entre sus brazos para siempre, sentir eternamente ese aleteo de mariposas en el vientre, que nunca dejara de derramar su vida en mi

 

Cuando desperté estaba en mi alcoba, sólo vi sus hermosos pies cuando cerraba la puerta y volví a dormirme.”

 

 

MACHO

 

 

Recién ahora después de todo lo sucedido Rogelio puede explicarse algunas cosas.

 

Conoció a Juan, hace muchos años, siempre se llevaron bien, ambos tenían gustos muy parecidos, eran de pocas palabras, trabajaban duro y dormían temprano. Ninguno de los dos bebía alcohol, ni era asiduo a los prostíbulos como era la costumbre.

 

Cuando empezaron a compartir habitación dejaron claras las reglas. Nada de radio encendida después de acostarse, ni de salir por la noche y volver de madrugada, el trabajo era demasiado duro y estaban allí para ganar dinero, no para tirarlo

 

Siempre comían de la misma olla, tomaban mate juntos, fumaban del mismo tabaco.

 

Rogelio se lavaba la ropa, Juan le pagaba a una mujer para lo que lo hiciera.

 

Un día Rogelio llegó de trabajar temprano, se bañó y sentado junto a la puerta empezó coser unos remiendos en sus gastados pantalones de trabajo.

 

Cuándo Juan llegó lo miró con el ceño fruncido preguntando:

 

_ ¿Qué hace hermano?

_ Cosiendo, ¿no ve? respondió el otro.

Juan no contestó, preparó el mate y se fue afuera a tomarlo, solo. Desde ese día no volvió a invitarlo.

 

A mitad de la zafra, uno de los compañeros más antiguos decidió casarse y todos fueron invitados a la despedida de soltero. Quilombo cerrado para ellos solos; fueron todos, ni Rogelio y Juan pudieron escapar.

 

Cuando llegaron a la fiesta ya muchos estaban en las habitaciones, ocupados con alguna mujer.

 

La sala a media luz dejaba ver algunas parejas bailando, otros bebían mientras conversaban.

 

Juan y Rogelio se dirigieron allí.

 

Sentada junto al mostrador, en un taburete alto una morena enorme, vestida con una blusa escotada y falda corta lucía las piernas lustrosas, cruzadas de modo que se le vía hasta el borde de la ropa interior.

 

Los dos hombres pidieron cerveza y empezaron a beber en silencio, no estaban acostumbrados al alcohol pero allí había que beber.

 

Rogelio observó como los ojos de su compañero se iban a las piernas de la morena, a él también le gustó, era una de esas mujeres que llaman la atención de inmediato, tenía un aire provocativo que la hacía destacar aun en ese medio. El escote que lucía era por demás generoso, no hacía falta nada de imaginación, todo estaba a la vista.

 

Juan tragaba con dificultad, sin poder dejar de pensar en cómo sería tener en la cama ese cuerpo perfecto, sentirlo retorcerse bajo el suyo. El deseo pudo más que la costumbre de no tener sexo con prostitutas. Se acercó, la tomó del brazo y se fue con ella a la pista.

 

Antes de irse a la habitación con una mujercita pequeña y marchita que se le acercó, Rogelio pudo ver a su compañero pegado al cuerpo de la morena como si fueran uno sólo.

 

No habían pasado muchos minutos cuando se oyeron gritos y llantos de mujeres en el salón. Vistiéndose, Rogelio dejó a la mujer y volvió allí.

 

Su amigo estaba en el medio de la habitación, con el cuchillo ensangrentado en la mano. El cuerpo de la morena yacía a sus pies.

 

_ Era macho hermano, era macho, y eso no se le hace a un hombre. Fueron las únicas palabras que pronunció, con voz ronca y ojos de loco.

 

 

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Olga Traba Carballo
Nacida en Bella Unión en 1953. Publicó un libro de cuentos y poesía en 1998 en la Editorial Arpoador.
Primera memoria- La gilandria-.
Participa en Talleres literarios del MEC durante varios años.
Desde el 2000 al 2010 reside en Lanzarote, Canarias. Desde esa fecha en Bella Unión nuevamente. Aficicionada a la fotografía.